El día que nos conocimos
estaba en un hospital haciendo limpieza de residuos biológicos, con un grupo de
servicio social. Me separé del grupo porque vi un gato persa color café con
líneas grises cerca del mostrador de la entrada y decidí seguirlo. Luego de un
rato estaba perdido, recorría un corredor infinito en el que todas las
habitaciones se veían iguales, todas con una cama tendida, todas con una
persona con la cara vendada, todas tenían una ventana en la que irrumpía el sol
ocre de las 5 a las 6 de la tarde, todas silenciosas.
El corredor se
prolongaba y aparecía una Y. Tomé el camino de la derecha. Comencé a sentirme
confundido como si hubiera dado muchas vueltas, conocía muy bien esa sensación.
De pequeño me gustaba
salir a la calle frente a mi casa a dar vueltas mirando el cielo; siempre el
reto era ir más lejos, girar el mayor tiempo posible. Cuando aprendí a
controlar la sensación de mareo empecé a jugar con otros niños, a perseguirnos dando vueltas. El truco consistía en un juego
de cadera, piernas y pies con el desequilibrio, y perseguir la imagen del otro
cuerpo, que aparecía y se desvanecía en cada giro.
Dependiendo de la
velocidad con la que giras tu cerebro tiene ¼ de segundo para reconocer la
imagen que acaba de ver y dar el mensaje a las piernas; muchas veces no alcanza
a verificar las imágenes que ve y se puede colar en un universo de imágenes a veces
reales y/o fantásticas.
Me perdí en mis recuerdos
y regresé al infinito corredor, con las habitaciones y los enfermos en las
camas. Esta vez noté que al lado izquierdo de las camas, cerca de las puertas,
había unas mesas de noche hechas de
madera; cada una tenía un jarrón de porcelana y adentro un ramo de flores
marchitas, pero cada ramo era diferente de habitación a habitación. El de una tenía
girasoles, las siguientes, gladiolos, crisantemos, dalias, dientes de león,
otra con la hierba de los mendigos, caballos, gardenias, rosas, –¿Qué?– dije.
“¿Caballos”?
Vi un ramo de caballos y
ahora que lo pienso bien no solo había caballos sino vacas y perros, y juraría
que vi una virgen también. Es tarde para regresar. Otra habitación con lilas,
otra con tulipanes, otra con astromelias, otra con pensamientos…
¡¡¡¿QUÉ
SIGNIFICA ESTO?!!! –gritó Mayori, la diosa coneja–. Pensé que te habías desecho
de ella.
El
niño rata estaba intentando meter la cabeza de una pájara muerta en un pequeño
jarrón de cristal.
–
Si no fuera porque el olor a mortecino y carne podrida me pone tan lúcida, si
no estimulara mis ganas de vibrar y pusiera tan alerta mis sentidos, estarías
en problemas. Ya te había dicho que solo puedes conservar un cadáver.
–
Sí lo sé, o ¿no lo sé?, respondió el niño rata. O ¿no me acuerdo de haberme
sentado sobre el perro? No, eso fue ayer. ¡¡¡¡Me dijiste que podía tener la
piel de tres cadáveres para jugar con
ellos!!!! Pero no es justo. Quiero más, quiero tener cientos para poder forrar
todos los muebles de la casa. Te imaginas qué bonito sería una sala con el
sillón forrado con torsos y vaginas, o un papel tapiz curtido de rostros en
desasosiego, un verdadero muro de las lamentaciones, para que haya algo por lo
cual lamentarse…
…O
unos preciosos almohadones forrados con la piel de un tonel de cerveza… Imagínate
un vestido hecho con el esqueleto de una reja de acero, pero no de cualquier
reja, de una reja de serpiente, con unas hombreras de cabezas de pájaro…¡¿Te
imaginas?! Y que yo no tuviera estos flácidos y verdosos brazos y que mis
piernas fueran una tira de cintas magnéticas que estuviera amarrada a todos los
muros amarillos o a las vigas del techo….
¡CÁLLATE
DE UNA PUTA VEZ! –grito Mayori la diosa coneja-. Cuando te pones así no te
soporto. Es que te pones tan insoportable… más bien ayúdame a recoger este
olor, o…
Mayori
sacó unas botellas de plástico de un guacal, y metió la cabeza de la pájara en
una de ellas.
Así
conservará su olor –dijo Mayori la diosa coneja– y luego podré hacerme un
perfume que hieda como la muerte.
Mayori
la diosa coneja se sentó en la cama. El niño rata corrió a la cabecera de la
cama y comenzó a lamerle el dorso se la pata. Primero colocaba un terrón de
azúcar en su lengua y la apretaba contra la pata en un acto de devoción erótica.
¿Quieres
oír una historia? –preguntó Mayori la diosa coneja.
No
esperó la respuesta del niño rata, que en ese momento se zampaba otro terrón de
azúcar contra la pata de Mayori la diosa coneja. Presionaba la lengua contra el
tarso de su pie hasta que se derretía el azúcar y se volvía almíbar, deslizaba
la punta de la lengua hasta el metatarso embadurnando el camino de almíbar, por
último se sumergía en las falanges saboreando sus cavernosidades, entrando en sus dedos mas allá, hacia una negrura más
espesa que la brea.
LAS FLORES DEL
CEMENTERIO
En
el tiempo de la oscuridad del dios Leiva, la reina cabeza magnética envió
funámbulos por todo el mundo en busca de un artista que construyera su jardín privado.
Pasó algún tiempo hasta que un funámbulo encontró en un pueblo lejano a un
artista de la jardinería que vivía en la punta de un pastel de chocolate.
El
artista, ¿o, era un ermitaño que vivía entre una pila de basura?, se llamaba
Klaus. Klaus percibía algo sensual en la basura, o bueno, en esos materiales
que las demás personas consideran basura…
Es conveniente
reutilizar todo aquello que aun nos pueda ser útil. Deberíamos ser capaces d
generar la menor basura posible. Ya que entre más basura producimos más difícil
es reciclarla y/o almacenarla.
Me gusta utilizar la
basura como materia plástica, por el enorme potencial de transformación (en
este caso en un jardín), por el costo económico, porque me preocupa la cantidad
de objetos (útiles) que son botados indiscriminadamente todos los días y porque trabajar con una escenografía hecha
de basura disloca un poco la relación que las personas tienen con esta.
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