jueves, 5 de septiembre de 2013

bestiario de pasiones 1a parte

El día que nos conocimos estaba en un hospital haciendo limpieza de residuos biológicos, con un grupo de servicio social. Me separé del grupo porque vi un gato persa color café con líneas grises cerca del mostrador de la entrada y decidí seguirlo. Luego de un rato estaba perdido, recorría un corredor infinito en el que todas las habitaciones se veían iguales, todas con una cama tendida, todas con una persona con la cara vendada, todas tenían una ventana en la que irrumpía el sol ocre de las 5 a las 6 de la tarde, todas silenciosas.



El corredor se prolongaba y aparecía una Y. Tomé el camino de la derecha. Comencé a sentirme confundido como si hubiera dado muchas vueltas, conocía muy bien esa sensación.
De pequeño me gustaba salir a la calle frente a mi casa a dar vueltas mirando el cielo; siempre el reto era ir más lejos, girar el mayor tiempo posible. Cuando aprendí a controlar la sensación de mareo empecé a jugar con otros niños, a perseguirnos  dando vueltas. El truco consistía en un juego de cadera, piernas y pies con el desequilibrio, y perseguir la imagen del otro cuerpo, que aparecía y se desvanecía en cada giro.
Dependiendo de la velocidad con la que giras tu cerebro tiene ¼ de segundo para reconocer la imagen que acaba de ver y dar el mensaje a las piernas; muchas veces no alcanza a verificar las imágenes que ve y se puede colar en un universo de imágenes a veces reales y/o fantásticas.
Me perdí en mis recuerdos y regresé al infinito corredor, con las habitaciones y los enfermos en las camas. Esta vez noté que al lado izquierdo de las camas, cerca de las puertas, había unas mesas de noche hechas  de madera; cada una tenía un jarrón de porcelana y adentro un ramo de flores marchitas, pero cada ramo era diferente de habitación a habitación. El de una tenía girasoles, las siguientes, gladiolos, crisantemos, dalias, dientes de león, otra con la hierba de los mendigos, caballos, gardenias, rosas, –¿Qué?– dije. “¿Caballos”?
Vi un ramo de caballos y ahora que lo pienso bien no solo había caballos sino vacas y perros, y juraría que vi una virgen también. Es tarde para regresar. Otra habitación con lilas, otra con tulipanes, otra con astromelias, otra con pensamientos…
¡¡¡¿QUÉ SIGNIFICA ESTO?!!! –gritó Mayori, la diosa coneja–. Pensé que te habías desecho de ella.
El niño rata estaba intentando meter la cabeza de una pájara muerta en un pequeño jarrón de cristal.
– Si no fuera porque el olor a mortecino y carne podrida me pone tan lúcida, si no estimulara mis ganas de vibrar y pusiera tan alerta mis sentidos, estarías en problemas. Ya te había dicho que solo puedes conservar un cadáver.
– Sí lo sé, o ¿no lo sé?, respondió el niño rata. O ¿no me acuerdo de haberme sentado sobre el perro? No, eso fue ayer. ¡¡¡¡Me dijiste que podía tener la piel de tres  cadáveres para jugar con ellos!!!! Pero no es justo. Quiero más, quiero tener cientos para poder forrar todos los muebles de la casa. Te imaginas qué bonito sería una sala con el sillón forrado con torsos y vaginas, o un papel tapiz curtido de rostros en desasosiego, un verdadero muro de las lamentaciones, para que haya algo por lo cual lamentarse…
…O unos preciosos almohadones forrados con la piel de un tonel de cerveza… Imagínate un vestido hecho con el esqueleto de una reja de acero, pero no de cualquier reja, de una reja de serpiente, con unas hombreras de cabezas de pájaro…¡¿Te imaginas?! Y que yo no tuviera estos flácidos y verdosos brazos y que mis piernas fueran una tira de cintas magnéticas que estuviera amarrada a todos los muros amarillos o a las vigas del techo….
¡CÁLLATE DE UNA PUTA VEZ! –grito Mayori la diosa coneja-. Cuando te pones así no te soporto. Es que te pones tan insoportable… más bien ayúdame a recoger este olor, o…
Mayori sacó unas botellas de plástico de un guacal, y metió la cabeza de la pájara en una de ellas.
Así conservará su olor –dijo Mayori la diosa coneja– y luego podré hacerme un perfume que hieda como la muerte.


Mayori la diosa coneja se sentó en la cama. El niño rata corrió a la cabecera de la cama y comenzó a lamerle el dorso se la pata. Primero colocaba un terrón de azúcar en su lengua y la apretaba contra la pata en un acto de devoción erótica.
¿Quieres oír una historia? –preguntó Mayori la diosa coneja.
No esperó la respuesta del niño rata, que en ese momento se zampaba otro terrón de azúcar contra la pata de Mayori la diosa coneja. Presionaba la lengua contra el tarso de su pie hasta que se derretía el azúcar y se volvía almíbar, deslizaba la punta de la lengua hasta el metatarso embadurnando el camino de almíbar, por último se sumergía en las falanges saboreando sus cavernosidades, entrando  en sus dedos mas allá, hacia una negrura más espesa que la brea.   

 
LAS FLORES DEL CEMENTERIO

En el tiempo de la oscuridad del dios Leiva, la reina cabeza magnética envió funámbulos por todo el mundo en busca de un artista que construyera su jardín privado. Pasó algún tiempo hasta que un funámbulo encontró en un pueblo lejano a un artista de la jardinería que vivía en la punta de un pastel de chocolate.
El artista, ¿o, era un ermitaño que vivía entre una pila de basura?, se llamaba Klaus. Klaus percibía algo sensual en la basura, o bueno, en esos materiales que las demás personas consideran basura…


Es conveniente reutilizar todo aquello que aun nos pueda ser útil. Deberíamos ser capaces d generar la menor basura posible. Ya que entre más basura producimos más difícil es reciclarla y/o almacenarla.
Me gusta utilizar la basura como materia plástica, por el enorme potencial de transformación (en este caso en un jardín), por el costo económico, porque me preocupa la cantidad de objetos (útiles) que son botados indiscriminadamente todos los días  y porque trabajar con una escenografía hecha de basura disloca un poco la relación que las personas tienen con esta.





La reina cabeza magnética ordenó traer a Klaus.
















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