jueves, 5 de septiembre de 2013

bestiario de pasiones 7ma parte

(…)
Entonces, la miré a los ojos y le dije que la amaba. Greta me miró de arriba abajo. No hubo expresión en su mirada. Apagó el cigarrillo en la vena de su muñeca izquierda, se levantó de la cama buscó un pañuelo y se quitó la cara, la botó al piso.  Salió por la ventana. No regresó. Pasaron 2 años hasta que la volví a ver.

Es el doble quien vela y actúa mientras el vivo duerme y sueña, e inversamente <<el eidolón duerme mientras los miembros están en movimiento, pero a menudo, en sueños, revela el porvenir al que duerme>> (Píndaro). Igualmente, los síncopes y desvanecimientos indican una fuga del doble. Sueño y síncope son ya la imagen de la muerte, con la que el doble abandonara y esta vez para siempre, el cuerpo.
Más aún, el doble puede actuar en forma autónoma incluso en estado de vigilia. Como dispone de fuerza sobrenatural, se metamorfoseará en un tigre o en un tiburón para cometer un asesinato, pero esta astucia no puede engañar a nadie y los deudos del devorado volverán para ejercer su venganza en la persona a la que el doble asesino se ha reintegrado.
Una de las manifestaciones permanentes del doble es la sombra. La sombra, que para el niño es un ser vivo, que como había dicho ya Spencer, ha sido para el hombre uno de los primeros misterios, uno de los primeros descubrimientos de su persona. Y como tal, la sombra se ha convertido en la apariencia, la representación, la fijación, el nombre del doble. No solo los griegos, con el Eidolón, emplean la palabra sombra para designar al doble al mismo tiempo que a l muerto: también los Tasmanios (Taylor), los Algonquinos, e innumerables tribus arcaicas. En Amboine y en Ulias, dos islas ecuatoriales, los habitantes no salen jamás a medio día cuando desaparece la sombra, pues temen perder su doble. (8)         
    
Tanto miedo tienes de la tormenta que no puedes soportar lo impredecible.
La noche que Greta se fue me enfermé, tuve una fiebre de 42 grados, alucinaciones y sudaba mucho. Recuerdo que las sábanas estaban todas húmedas y pegajosas. Sentía mi propio cuerpo como barro pegajoso.
Cuando llegó el apoteósico final de la era de los dioses,  el mundo colapsó finalmente. La tierra se cuarteó  y se comenzó a desprender del suelo, levitando sus partes entre 15 y 90 metros. Las islas de tierra tenían una superficie lo suficientemente grande como para que pequeñas comunidades sobrevivieran sobre ellas. Aun así en el final de la era de los dioses millones de personas murieron al caer entre las fisuras de la gran separación para quemarse en el corazón de magma.
El tiempo pasó y las bestias se acostumbraron a vivir en el aire. Construyeron unas infraestructuras de cuerdas y unos caminos metálicos que les permitían pendular de isla en isla, y  mantener el contacto entre los pueblos.
Al poco tiempo las guerras de colonización comenzaron. Existían tres bandos que lideraban las colonizaciones: las cerdos del metal, las cabezas magnéticas, y las ratas pájaro rampantes. Cada bando tenía un ejército y dominaba ciertas habilidades que les permitía entregarse a la guerra.
Las cerdos podían comunicarse con los ojos, las palabras fluían a través de su mirada. Las cabezas magnéticas podían desfragmentar el tiempo y tenían el don de la bilocación. Y las ratas pájaro tenían permitido subir a la tierra de los dioses.  

La muerte se hizo tan real, un hecho tan cotidiano, que dejó de tener relevancia en las islas. Los cortejos fúnebres consistían entonces en lanzar el cuerpo al corazón de magma de la tierra.
Ninguna desgracia, ningún holocausto superaba la ambición de estos bandos por coleccionar tierras, ese placer tan profano por el saqueo y el asesinato. Fue entonces cuando sucedió. De las entrañas del corazón de magma surgió Leyva con su ejército. Las ancianas de la isla en la que yo vivía habían predicho el suceso como Casandras futuristas, pero igualmente que la desdichada hija de Hécuba y Príamo, nadie les hizo caso, todo el mundo estaba perturbado por su propia desgracia. De cualquier forma ¿quién?, o ¿qué? hubiera podido detener a aquella deidad que se había formado por la tristeza del nuevo mundo.
El corazón palpitante de magma se apagó de repente y comenzó a emitir una luz intensa. Dos meses después un dragón blanco con unos bigotes larguísimos salió del interior del corazón de magma y se perdió en la inmensidad del universo. En las semanas siguientes aparecieron más dragones, las primeras semanas unos tres o cuatro, luego 10, 15, luego 100, finalmente un día de eclipse solar salieron del corazón millones de dragones blancos. El acopio de cuerpos ponzoñosos y escamosos resplandecía con una luz propia de ultratumba. Los dragones se dispersaron por el infinito.
El traquido que vino después caló en la más profundo del cerebro, tan hondo que todas las bestias, inclusive las sordas, se retorcían, como gusanos en el suelo, del dolor. Este fenómeno duró unos 5 minutos. El corazón de magma se comenzó a quebrar como un huevo y se alzó, imponente, el dios Leyva, el dios del magma.
Leyva era una gigantesca serpiente emplumada. Tenía la cabeza de un paz rape, uno de esos peces luminosos de las profundidades del océano, y la extensión luminosa de su cabeza terminaba en el cráneo de un búfalo. Las plumas de Leyva eran  tornasoladas con una gama de colores desde el púrpura hasta el aguamarina. Cerca de su cabeza salían unas protuberancia que podrían indicar el lugar donde debería tener brazos, pero no los tenía, solamente esas protuberancias. Tardó mucho tiempo en salir de la tierra, su cola estaba cubierta por los esqueletos, y los cuerpos en descomposición que habían sido arrojados al corazón de magma. Entonces muchos lo comprendimos: Leyva había sido fecundado por nuestro propio dolor, el dolor de la guerra, de nuestros seres queridos brutalmente asesinados.
Leyva se posó en el cielo. Su cuerpo era tan largo que cubrió todo el mundo. Los tres bandos en disputa se alzaron en armas e intentaron amedrentar al dios. Este emitió un sonido, parecido al canto de una sirena y los dragones blancos se abalanzaron contra la tierra para perseguir a los atacantes. Cuando atrapaban a alguno, enrollaban su cuerpo en él, con el aliento les sustraían el alma, y transmutaban el cuerpo en arena. No dejaron ninguno vivo. Regresaban entonces a Leyva,  le mordían sus protuberancias y se unían a su cuerpo. Los dragones cicatrizaban a una velocidad asombrosa, fundiéndose y/o confundiéndose en el dragón el alma de las bestias y el cuerpo del dios.
Cuando la fusión y/o confusión terminó, la conglomeración de dragones había formado unas alas de un resplandor boreal que Leyva plegaba y desplegaba de su majestuoso cuerpo.
Leyva procedió a devorar la luna y el sol en el punto álgido de su eclipse. El mundo pasó doce años, un ciclo entero, en completa oscuridad. El cuerpo de Leyva se había quedado levitando sobre nuestras islas como una advertencia de paz, como una amenaza que obligaba a mantener el orden y no alimentar la tristeza, ni el odio, ni la muerte si no se quería despertar otra vez al dios.

Al terminar el ciclo, Leyva se despertó de su hibernación y depositó un huevo, un sol y una luna emplumadas, que emitía una luz aguamarina que iba cambiando a púrpura y nuevamente a aguamarina, y Leyva descendió nuevamente al corazón de magma y se cristalizó.

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