jueves, 5 de septiembre de 2013

bestiario de pasiones 4a parte

(…)

Todo se queda en silencio un minuto o dos y luego suena un zumbido…brrrrrrrrzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz… Hay una mujer acostada en la cama. ¿Cómo no me di cuenta antes? Debe ser que sigo confundido.Es  muy atractiva. Está dormida, se da la vuelta y veo que no tiene la coraza que recubre el resto de su cuerpo en la espalda, una exhibición putrescente de venas arterias y órganos expuestos sin mesura. No podía dejar de ver ese espectáculo, no con asco sino más bien con una incertidumbre al ver semejante demostración de cuerpo desnudo y vivo. Es hermoso. Aun así siento temor, y me voy de la habitación, rápidamente.

 Salí del hospital por la entrada trasera, que al contrario de la principal estaba rodeada de enredaderas. Crucé la calle bañado en sudor y me detuve en frente a una cafetería. Recuerdo todos los detalles y más, recuerdo esa purulenta esquina frente a la cafetería, a donde se me acercó un hombre a pedirme una moneda; recuerdo que me negué a dársela, que se abalanzó para agarrar una botella de Old John que había en el suelo, reventarla contra el sardinel y enterrarme la botella en el cuello. Fue entonces cuando morí.


No sé cuánto tiempo estuve muerto, solo sé que Greta me cuidó todo ese tiempo.
Greta la mujer de la que te hablo, es alta,  la mujer que conocí antes de morir. Es blanca, muy blanca, su piel es como el yeso. Tiene los ojos verdes aunque muchas veces con la luz su pupila desaparece, le gusta usar maquillaje…es voraz, intuitiva, carnosa, es…balal.       
Mi cuerpo inerte llegó hasta la playa de Amboine. Aunque yo estaba muerto me daba cuenta de todo lo que pasaba. Estuve 8 meses convertido en una estatua sin poder mover ni un dedo ni un pelo ni una pestaña. Convertido en una foto...
Greta me recogió un día en la playa, mucho tiempo después de nuestro primer encuentro en el hospital.
Había llegado a la playa de la misma manera que llegan las ballenas para morir. Greta estaba dando uno de los eternos paseos que necesita para pensar. Cuando me vio no se apresuró a venir por mí sino que siguió caminando a su ritmo, como si el acontecimiento fuera incapaz de perturbar su meditación matutina. Con mucha paciencia me cargó en su espalda y me llevó hasta su cabaña.
La cabaña quedaba en una isla en el centro de un lago. Para llegar a ella había que atravesar un largo puente de madera, que no tenía barandilla. Al final del puente estaba la cabaña pintada de rojo, con dos ventanas en la fachada y otras 4 alrededor, dos a cada lado y ninguna atrás, y una puerta de madera que tenía colgando unos avioncitos de plástico en la entrada.
La isla estaba cubierta de hojas, había seis árboles muy altos y delgados que rodeaban la casa en la parte de atrás había una letrina un lavadero y unas cuerdas sujetas a los arboles para colgar la ropa. Entre la casa y el agua había más o menos 5 metros en todas sus direcciones. Greta tenía una balsa construida con plásticos de botella y neumáticos, amarrada a uno de los árboles.
Por dentro la cabaña era muy vieja. Tenía una única habitación dividida por un altillo que usaba como recámara, una chimenea, una cocina de piedra y algunos muebles muy desgastados.          
Greta me instaló en su cuarto. Tejió unas hojas con las que improvisó una cama para acostarme al lado de su cama. Como yo no podía hablar Greta era la que me hablaba, me contaba todo tipo de historias de laberintos  y/o  de sus romances…
El Leteo
Ven a mi pecho, alma cruel y sorda,
Tigre adorado, monstruo de aire indolente;
Quiero enterrar mis temblorosos dedos
En la espesura de tu abundante cabellera;

Sepultar mi cabeza dolorida
En tu falda colmada de perfume
Y respirar, como una ajada flor,
El relente de mi amor extinto.

¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir!
En un sueño, como la muerte, dulce,
Estamparé mis besos sin descanso
Por tu cuerpo pulido como el cobre.

Para ahogar mis sollozos apagados,
Sólo preciso tu profundo lecho;
El poderoso olvido habita entre tus labios
Y fluye de tus besos el Leteo.

Mi destino, desde ahora mi delicia,
Como un predestinado seguiré;
Condenado inocente, mártir dócil
cuyo fervor aumenta en el suplicio.

Para ahogar mi rencor, apuraré
El nepentes y la cicuta amada,
Del pezón delicioso que corona este seno
El cual nunca contuvo un corazón. (3)

– ¿Sabías que desde la torre Colpatria, hasta el primer escalón de la catedral primada hay exactamente 5433 pasos? –preguntó Greta.


Sin duda alguna, los procesos del caminante pueden registrarse en mapas urbanos para transcribir sus huellas (aquí pesadas, allá ligeras) y sus trayectorias (pasan por aquí pero no por allá). Pero estas sinuosidades en los trazos gruesos y en los más finos de su caligrafía remiten solamente, como palabras, a la ausencia de lo que ha pasado. Las lecturas de recorridos pierden lo que ha sido; el acto mismo de pasar. (4)

Luego hizo una pausa larga, bajó del altillo, fumó un cigarrillo por la ventana.
(…)


Un martes de junio, salimos en bicicleta a un pueblo. 
Llegamos a la casa de una gallina llamada Disnarda. Disnarda nos atrapó en una habitación, que podía ser un garaje y/o habitación de huéspedes y/o taller de herramientas. Había dos camas adosadas de metal, una rocola con una placa en la que se leía Motor Harley Davison cycles, na mesa con dos sillas hechas de partes de herramientas de mecánica, y sobre la mesa un juego de parqués.
Disnarda nos obligó a comer cuarenta huevos, que había puesto ella misma. Luego, nos encerró en la habitación. Miré la hora, las 7 P.M. Aún había sol, un sol muy intenso.
Coloqué una moneda en la rocola y comenzó a sonar una canción, el aire se puso muy denso, pesado, tan pesado que el sonido comenzó a distorsionarse, a fragmentarse, a quedarse en el aire y a no desaparecer. A acumularse en capas. 

(…)

No hay comentarios:

Publicar un comentario